Hoy se lo dedico a los forasteros en general.
Bendito San Alifonso
que en el cielo estás sentado,
ilumina mi celebro
con tus celestiales rayos
pa referir los criménes
que cometió hace cien años
en Botorrita y en otras
capitales que inoramos,
el conocido y celébre
creminal Morros de a Palmo,
que es éste que está aquí arriba
con un trabuco en la mano. Basta fijáse un menuto
solamente, en su retrato,
pa comprender que tuvía
estintos tan sanguinarios
que el hombre de más anímo
se acobarda, al contemplálo,
pues al lao de él, los tigueres,
las hienas y los liopardos
paicen chotos u corderos
inofensivos y mansos.
Nació este ilustre bandido
el día cinco de Marzo
y a los veinticuatro meses
de nacer, cumplió dos años.
Su madre era una gitana
y su padre era un hungaro
y de Pastriz, sigún cuentan,
eran naturales ambos.
Sus agüelos y sus primos,
sus tías y sus hermanos
eran judíos u herejes,
y aunque traten de ocultálo
presonas interesadas,
fueron de los que apedriaron
a Nuestro Siñor, el día
que lo sentenció Pilatos
Al tiempo de echar al mundo
al creminal de que hablamos,
su madre, sigún refiere
la historia, se murió de asco,
y no se murió su padre
tamién, aquel día aciago,
porque hacía veinte meses
que había muerto en el palo.
Al ver que naide quería
encargáse del güerfáno,
el alcalde, que era un hombre
muy religioso y muy santo,
mandó que inmediatamente
lo tirasen a un barranco.
Unos lobos lo cogieron
y a su gusto lo criaron,
lo cual que con tal motivo
a naide se le hace extraño
que heredase de las fieras
sus estintos inhumanos.
Ved aquí cómo una loba
le pone el pecho en los labios
y cómo él, sin repunancia,
con el mayor entusiasmo
se atraca de aquella leche
que es más negra que el asfalto.
Ved cómo el lobo más viejo
lo lleva por los ribazos
y cómo le da estruciones
pa cazar a los pajáros.
Ved cómo una noche escura,
sin miedo a los relampágos,
seguido de ocho u diez lobos
derige al pueblo sus pasos
y roba por los corrales
las gallinas y los pavos.
Ved cómo salta esa tapia.
Ved cómo se echa de un salto
encima de los capones
del juez y del escribano.
Ved cómo chorrean sangre
y cómo apretan el paso
pa presenciar el chorreo
toás las mujeres del barrio.
Fueron tantos sus criménes
que no hay modo de contálos,
pues no hay persona en el mundo
a quien él no haiga hecho piazos.
Ved aquí cómo una noche
la mujer del boticario,
al tiempo de ir a acostáse,
ve que le estaba acechando
oculto entre las sabánas
del lecho, Morros de a Palmo;
y cómo sin miramientos
la acomete el muy barbáro.
Nada respeta este mónstruo.
Para él no hay nada sagrado.
Una vez entró en la ermita
del bendito San Lazáro
y escondiéndose en un hoyo
prefundo que encontró a mano
cerca de la sacristía,
esperó a que el ermitaño
pasara, y traidoramente
lo asesinó en dos jetazos.
Aquí, como puén ir viendo
los que oyen este relato,
tenemos la sacristía;
y a esta otra parte, tocando
tenemos el hoyo. Vean,
siñores, en esté cuadro,
como una tarde de ivierno,
a eso de las tres y cuarto,
lo sorprenden los ceviles
en una cueva, almorzando.
Fíjense cómo a los guardias,
al tiempo de echále el alto,
se les escapan tres presos
sin que pudián evitálo.
Dimpués de muchos apuros
lo sujetan por los brazos
y a empentones lo conducen
al pueblo más inmediato.
Ved aquí cómo los hombres,
las mozas y los muchachos
marchan tras él por las calles
con intinción de linchálo.
Ya está en la cárcel metido.
Ya lo llevan al despacho
del fiscal, pa que declare,
pero como él es tan largo,
niega ser, como asiguran,
el feroz Morros de a Palmo.
Nada consigue el muy perro,
con empeñase en negálo.
Le reconocen a escape
cura y el boticario.
Lo reconoce una tía
que ha venido a visitálo.
Lo reconoce el medico…
y ve que esta güeno y sano.
Ya se ha riunido la Audencia.
Ya dan los jueces el fallo.
Catorce penas de muerte
le salen y catorce años.
Ya lo ponen en capilla.
Ya va el cura a confesálo
y él dice que si se acerca
le va a sacar los higádos.
Ya está en su puesto el verdugo.
Ya lo sientan en el banco.
Toás las presonas honradas
que presencian aquel azto
lloran muy tristes y cierran
los ojos por no mirálo.
Ya ha entregao a Dios el alma.
Recemos, como cristianos,
un credo y pidamos todos,
a la Virgen del Rosario
que hasta la hora de la muerte
nos libre de todo daño
¡A perrica! ¡Quién pide otro!
¡A quién le vendo el relato
con la vida y los criménes
del feroz Morros de a Palmo!
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